miércoles, 20 de octubre de 2010

Utaku Konina (1)

-¡Más rápido! ¡Como el viento! ¡Espoléalo sin miedo, niña!- gritaba la maestra de establos, mientras los otros niños seguían luchando por mantenerse derechos en sus caballos.

Con apenas 5 años sabía que no debía azuzar a Shiro, notaba su nerviosismo ante tanto alboroto y sabía también que esta parte del terreno no era segura para galopar. Sé tanto sobre él porque aprendí a mantenerme derecha en su lomo antes que a andar y en seguida descubrí que disfrutaba más de su compañía que de mis otros hermanos. Mi familia estaba orgullosa de mí por mi facilidad para montar, aunque desaprobaban que pasara tanto tiempo a solas con los animales; pero eso ya se me quitaría con la instrucción, me decían. Recuerdo con emoción a mi madre de sangre que no paraba de recordarme el parecido a mi padre, al que nunca conocí; al parecer fue muerto en tierras Gaijin.

-¡¿Por qué no me haces caso?! ¿Cómo sabías la existencia de esos hoyos bajo las hierbas altas?

-Shiro lo sabía, Kennata, para mí eso es suficiente.-

-¡Confío en que serás una gran Doncella de Batalla y traerás honor a tu familia!-

En medio de las estepas caballos y niños juegan libres aunque sin darse cuenta aprenden las costumbres de los mayores y los peligros de la espesura de los bosques y montañas que encuentran en su camino. Mis ocasionales compañeros de juegos envidiaban mi capacidad de orientación, frecuentemente los llevaba a terrenos difíciles donde no pudieran seguirme y quedar a solas con las hierbas altas.

Shiro, mi hermano mayor, me da calor en las noches a la intemperie y me enseña todo sobre la tierra. Estando tanto tiempo sola practicaba meditación, que había observado a algunos mayores del poblado intentado enseñar a inquietos jóvenes. Valoraba tanto la soledad que acabó traicionándome varias veces, aunque gracias a las Fortunas no me había alejado demasiado del poblado y pude matar mis primeros lobos con ayuda.

Cuando cruzábamos las estepas próximas a las montañas de la frontera, los pastores tenían especial cuidado de que el ganado no se alejara y no permitían a nadie viajar a solas, nos contaban cientos de historias en la hoguera de Onis que merodeaban por ahí devorando gente, capturando sus almas o cosas peores.

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